domingo, noviembre 27, 2005

Un momento de furia

Me voy a permitir un momento de queja.

Empezaré describiendo ciertas situaciones que me han sucedido varias veces, y luego terminaré con una conclusión y quizá una petición, un ruego.

Una vez dentro de la estación de metro, te dispones a coger la escalera mecánica para bajar, o para subir. Cuando llegas al otro lado de la escalera, la persona que está inmediatamente delante tuyo se detiene para decidir, allí, en el rellano de la escalera, si debe moverse a la izquierda o a la derecha, o quizá no sabe donde va... Es posible que le haya pasado algo, un mareo o un vaído, o que haya sufrido una hipoglucemia o un breve malestar, pero te aseguro que nunca me ha ocurrido que a la persona de delante haya necesitado a una enfermera o a un sámur.

Ya estás para salir. Subes la escalera, y el fumador que te abandera decide que ya es momento de encender un cigarro. Ha aguantado cerca de media hora sin fumar, y ahora siente que por fin puede dar via libre a su deseo contenido y casi inconscientemente saca el cigarrillo del paquete, lo toma entre los labios, chisca el mechero y lo acerca a la boca. Da la primera calada y expulsa satisfecho la primera bocanada de humo. Esa primera bocanada que, por efecto de la diferencia de temperatura entre el exterior y el interior del metro, va hacia atrás y en particular a tus pulmones, sin pagar peaje.

Tras varios intentos infructuosos (ninguno de ellos violentos hasta ahora), he conseguido sentarme. En el peor de los casos, el individuo a tu derecha se ha sentado de forma que extiende sus piernas hacia los lados, no se ha quitado el plumas a pesar del calor que hace en el vagón, y se dispone a leer un libro o peor, el periódico, acercándolo lo más posible hacia si, lo que provoca que también los codos sigan el mismo camino que sus codos. Sus rodillas pegadas a las tuyas y los codos clavados en tus costillas hacen que el lado derecho de tu cuerpo no se encuentre, digamos, cómodo. Por su parte, la joven a tu izquierda ha decidido que, puesto que no ha encontrado un sitio normal, el reposabrazos en ese mismo lado puede hacer las veces de asentáculo. El bolso colgado de su brazo derecho ha decidido también imitar al codo de la persona a tu izquierda. Por desgracia, la joven tampoco se ha quitado el plumas.

Las puertas de la salida (o de la entrada, depende del sentido que lleves) son conocidas entre los usuarios del metro porque son especialmente costosas de abrir. Así que, como dictan las normas de educación, una vez que has abierto las puertas, la sostienes y esperas a que la persona detrás de ti alargue el brazo y la sujete por ti mientras ella pasa. Si no fuera así, si hubieras soltado la puerta, podrías haber provocado que ésta se fuera hacia la cara del que te sigue, provocando algún daño o lesión. Pero la otra persona, lejos de sujetar la puerta, te ha visto quizá con cara de conserje y aprovechando tu maniobra, hace las necesarias para pasar por el dintel mientras tú, con cara de ingenuo, empiezas a dudar de cuándo deberías soltarla.

Por favor, somos más de cuatro millones de personas aquí en Madrid. Necesitamos colaborar unos con otros. A ¿todos? nos gustaría hacer lo que nos dé la gana, tener todo tipo de asistentes-esclavos para no tener que esforzarnos, estar cómodos en nuestro entorno. Pero si quieremos vivir medianamente bien (lo que significa vivir medianamente como humanos), debemos considerar a los demás, respetarlos. Es BÁSICO. Es quizá uno de los valores que vamos perdiendo cada vez más. El respeto es tener en consideración a los demás, primero por compartir la misma naturaleza, luego por la posesión de ciertos valores que igualmente respetamos, por ejemplo, la edad o la situación personal, o por qué no decirlo, por su cargo, por su autoridad... La cortesía es la expresión de ese respeto que tenemos por los demás, y en última instancia a nosotros mismos (el respeto por los demás empieza en el respeto por uno mismo).

¡Buff! Bueno, pues ya.

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