miércoles, marzo 05, 2008

André Compte-Sponville

Algunos extractos de la entrevista que concedió André Compte-Sponville a El País Semanal el pasado sábado 23 de febrero de 2008.

Sobre las dos enfermedades que sufre la sociedad.

Creo que estamos amenazados por dos peligros simétricos: por un lado, el fanatismo, el integrismo y el oscurantismo, y por otro, el nihilismo. Y tengo la impresión de que la civilización occidental no sabe muy bien qué hacer ante estos dos peligros.

De los nihilistas.

Como sabrá, nihil en latín significa nada, así que los nihilistas, para mí, son las personas que no creen en nada, que no respetan nada, que no tienen ni valores, ni principios, ni ideales. Hay un novelista, Michel Houellebecq, un autor con talento aunque bastante sórdido y antipático, que me parece interesante porque hace una descripción nihilista de una sociedad nihilista. En su última novela, por ejemplo, el personaje principal, que es el propio autor o al menos se le parece mucho, dice (es una expresión vulgar; lo siento mucho): "A mí sólo me interesa mi polla, nada más". Un nihilista es eso: alguien al que no le interesa nada más que su pequeña trivialidad, sea el sexo, el dinero, el lujo. Lo que nos tiene que dar más miedo es que no tengamos nada que poder oponer al fanatismo de unos y al nihilismo de los otros. Combatir a Bin Laden o al Opus Dei con las posiciones de una sociedad como la que describe Houellebecq nos lleva al desastre. Por eso he decidido luchar contra los dos adversarios: contra el fanatismo, obviamente, pero también contra el nihilismo.

Fracasar en filosofía

El hecho de que [Louis Althusser] se encontrara en un punto muerto filosófico no era la causa de su patología mental, está claro; no era infeliz sólo por eso. Pero creo que la sensación de haber fracasado en la filosofía debió de acrecentar mucho su sufrimiento.

La felicidad está en actuar en tu círculo de influencia.

Los estoicos distinguían entre lo que depende de nosotros y lo que no. Y es mejor desear aquello que depende de nosotros, porque en ese caso querer significa actuar, que desear aquello que no depende de nosotros, porque entonces hay que contentarse con esperar. Obviamente, uno encuentra más felicidad en la acción que en la esperanza, porque si deseas lo que no depende de ti, tendrás miedo de que no suceda. El camino hacia la felicidad es el camino de la acción, del amor.

Del auténtico y único amor incondicional

Ese amor [a un hijo] es el que está por encima de todos. Al menos es lo que yo he vivido. Uno puede estar enamorado, querer a sus amigos, a sus padres, pero creo que el amor más fuerte es el que sentimos por nuestros hijos, el único que es incondicional. Y desde este punto de vista, que Dios sea padre en la tradición cristiana no es una casualidad, aunque en mi opinión, si hubiera sido madre, habría sido aún mejor. Pero no hay nada como el amor por el hijo, y creo que la humanidad debe su supervivencia a cinco mil años de amor maternal.

La Alegre Desesperanza

A los 20 años yo era muy desgraciado porque aprendí a amar en el marco de la infelicidad de mi madre, No soportaba que mi madre fuera infeliz, pero lo era, y por tanto, yo también, y además, mis padres se llevaban horriblemente mal. Así que pensaba que lo peor había sido mi infancia. Pero me equivoqué porque de mayor perdí a mi primer hijo, una niña, a las seis semanas, y eso fue mucho peor que lo que había vivido en mi infancia. Luego perdí a mi madre de aquella manera [se suicidó]. Cuando te ocurren estas cosas, sientes una pena atroz. Quizá por la familia tan difícil en la que crecí, he sido siempre más sensible que otros a la fragilidad de la existencia. Pero en general vivo en lo que en términos filosóficos denomino "la alegre desesperanza": una vez que hemos entendido que hay cosas que no podemos controlar y que sólo nos espera la muerte, nos damos cuenta de que lo mejor que podemos hacer es disfrutar al máximo de la vida que tenemos.

Los enlaces, los corchetes y las negritas son míos.

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