jueves, septiembre 11, 2008

El diagnóstico

Los hombres intentamos simplificarlo todo mucho: le hemos echado encima al pobre corazón la carga de los sentimientos por si él ya no tenía bastante con la suya. Si nos escuece la garganta de pronto y nos sube hasta los ojos una niebla de agua, decimos que nos duele el corazón. Si alguien, que estuvo a nuestro lado con la promesa de quedarse siempre —qué lenguaraz y petulante el hombre—, se nos va, decimos que nos duele el corazón. Si nos miramos las palmas de las manos para ver si nos ha nacido verdín en ellas a fuerza de no ser acariciadas, decimos que nos duele el corazón. Si no nos atrevemos a avanzar hacia el futuro, porque no hay nada ni nadie que desde allí nos llame, decimos que nos duele el corazón. Los hombres, en el fondo, lo que hemos hecho es complicarlo todo. Cuando la vida, como una argolla, se nos cierra en torno es cuando hacemos caso al corazón. No le damos las gracias por las risas de otros meses de mayo, por el gozo pasado de ver el mundo nuestro y compartido, por el júbilo de haber adivinado que una noche de agosto se inauguraba, junto al mar, algo muy semejante a la felicidad. Qué descuidados somos. Qué desagradecidos. Hoy andamos los dos con el corazón a rastras, Troylo, amigo: tú tirando de tus medicinas, y yo de mis nostalgias. Vaya un par de payasos.

El diagnóstico (en Charlas con Troylo)
Antonio Gala

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