miércoles, abril 02, 2008

Tambores

Cuando levantó los ojos y miró a lo lejos, lo vio. Desde allí, aquel extraño le indicaba que se acercara, moviendo la mano hacía sí, en un vaivén tan suave que le pareció que se movía en cámara lenta. Desde tan lejos, y con tantas personas entre ellos, no lograba reconocer su cara. ¿Quién era y qué quería?

El ruido era ensordecedor, inmerso como estaba en el inmenso repicar de veinte mil tambores que le oprimían el pecho con su seco y hueco bum, tanto que llegó a pensar que no podría seguir respirando. Por un momento se sintió morir.

El extraño seguía con su invitación silenciosa, mirándole fijamente a los ojos, no con violencia, pero sí con insistencia, le pareció que incluso con cierto punto de compasión. Se preguntaba qué interés podía tener aquel individuo. ¿No había más gente? ¿Por qué no a otra persona?. A pesar de las dudas, algo familiar le animó a levantarse. Luego dio un paso.

Mientras esquivaba a unos y otros, pensó que fue el gesto sin palabras del extraño lo que le hizo darse cuenta del estruendo que le rodeaba. Hasta entonces, cada golpe había ido amortiguando los anteriores, hasta que el ruido dejó de ser oído. Sin embargo, el gesto le había despertado y con cada golpe los golpes se hacían más evidentes y con cada uno de ellos se sentía cada vez más desorientado.

Cuando llegó ante el extraño, se vio frente a sí mismo. El espejo le susurró:

- "Shhhh... ¿lo escuchas?"

- (...)

- "Es tu tambor..."

Una de las historias de Los Infinitos Monos.

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